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No soy yo - ¡es mi mamá! Entendiendo la influencia de la relación con nuestra mamá

Actualizado: 14 jun 2023

Tengo una mamá interna que guía muchos de mis comportamientos actuales como mamá.

Así es, loco como suena, mi mamá interna es la imagen que tengo de la mamá que tuve (y la cual agradezco aún tener), de acuerdo a como yo la viví, al momento de vida en que ella estaba, con sus propias ilusiones y miedos. Esta mamá interna hace parte fundamental de la mujer y mamá que soy hoy en día; con sus luces y sombras. Lo mismo es para ti.

Mamá e hijas adultas, relación con nuestras mamás

Algunas tratamos de ser como nuestras mamás, y otras buscamos ser todo lo contrario. Otras ni se plantean esta comparación, pero lo cierto es que, en todos los casos, la relación que tuvimos y aún tenemos con nuestras mamás, influye en la forma en que asumimos nuestro rol.


Durante la niñez nos pasan cosas que van marcando nuestra vida. Según describe Marian Rojas Estapé en su libro “Encuentra tu persona vitamina”, el cerebro asimila estas situaciones como conocidas - pues lo vivido en casa se ve como normal - y esta base estructural que se forma la llama la zona conocida del cerebro. En ella se asientan las bases o cimientos emocionales con las que crecemos y en esta zona podemos catalogar las experiencias que nos pasan como buenas o malas, en comparación a lo que conocemos.


Esto no siempre nos tiene que determinar y depende en gran medida de que estas situaciones hayan sido superadas y maduradas de una manera sana, si aún hay cosas que no hemos superado, o si todo esto sigue inconsciente.


Mirándome a mí, en mi rol de mamá, me doy cuenta que me importa mucho sentirme cerca de mis hijas en el día a día, y es algo que me ha costado soltar. Cuando estaba chiquita, mi mamá estaba en la casa, dedicada a la familia (una ama de casa, término que me suena antigüo). Me encantaba llegar del colegio y encontrarla ahí, disponible para escuchar nuestras historias, preguntar por nuestro día y darnos snacks.


Ahora, cuando estoy en la casa al momento de su llegada, me lleno de amor dándoles abrazos y conversando un poco. Y a la vez, muchas veces, me veo desesperada, sintiéndome una “máquina dispensadora de snacks”, tratando de terminar un pensamiento en mi cabeza y con la lista de “To do’s” como coro de fondo y sintiendo que no soy dueña de mi tiempo.


Como he aprendido de Dr. Becky Kennedy, dos cosas son ciertas: me gusta poder ser una figura presente y amorosa para mis hijas, y a la vez disfruto trabajar, sintiendo que sigo desarrollando mi carrera con éxito y trayendo ingresos para mi y para mi familia. Son dos cosas que quiero y que no es fácil que convivan; como no tengo horarios fijos, me cuesta delimitar estos espacios (es algo en lo que he estado trabajando).


Por otro lado, me he dado cuenta que tengo la creencia que todo se va a derrumbar y quedará un caos si yo no estoy presente, orquestando todo. Creo que no me caracterizo por ser una persona controladora, pero en lo que tiene que ver con la familia ¡sí! Cuando chica, veía a mi mamá pendiente de todos los detalles, coordinando todo, haciendo que todo pasara.


Esta creencia no viene solo de mi mamá, si no que es algo cultural, una creencia que absorbemos por ósmosis desde que somos niñas. Las niñas tendemos a ser mucho más perfeccionistas y nos identificamos más que los niños con los roles del hogar. Esto lo destaca Reshma Saujani en su libro “Valiente, no perfecta”, que recomiendo muchísimo.

Es algo muy instaurado, pero que podemos desaprender. Por mi parte, me encuentro en ese proceso y he logrado mis avances, soltando mucho. (Aunque para mi mamá, cuando viene a quedarse con nosotros unos días, esto es lo contrario, ¡es estar echando para atrás! Con lo que trata de darme sus consejos).


Otras veces, me pasa que pierdo la paciencia y me veo gritándole a mis niñas. Yo, una persona que tiene el hábito de meditar, que soy conocida por mis amigos por mi tranquilidad y alegría, que me propongo ser una mamá presente, que sabe respirar y regular sus emociones. Grito más de lo que quisiera admitir, y es, nuevamente, algo de lo que estoy consciente y trabajo (¡pero qué difícil!).


De nuevo, esto era algo que me proponía no hacer. Mi mamá es una persona súper ordenada y que no tiene mucha tolerancia para el ruido ni para accidentes imprevistos (¡se regó el jugo! ¡manché los shorts! etc) En estas situaciones, su reacción era gritar cosas como: ¿¡Cómo se te ocurre?! ¡Ten más cuidado! Hasta que llegó el momento en que teníamos miedo de hacer cualquier reguero al frente suyo.


Por suerte, una de las cosas que aprendí de mi mamá es a sentir una inacabable curiosidad por mi mundo interno, así como el de los demás. Siendo así, ambas compartimos sobre estos temas, nos contamos lo que vamos descubriendo y nos reconocemos en estas observaciones que a veces pueden sentirse un poco duras. Ha habido mucho perdón, y siento que esto me ha ayudado a crecer. Aún así, sigue siendo un proceso que no termina.


¿Cómo era tu mamá contigo? ¿Qué repites y qué haces distinto? ¿Qué tanto has podido sanar esta relación? Te invito a reflexionar sobre esto, y traer más luz sobre aquellas partes tuyas, como #mamá, que quizás te cuesta entender. Solo viendo, observándonos y reflexionando, podemos traer luz sobre nuestra sombra y empezar a sanar.

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